Sólo un trago de Oporto

Esta foto no es de Porto, sino de Lisboa, pero qué diablos, me gusta. Era 2005.
Esta foto no es de Porto, sino de Lisboa, pero qué diablos, me gusta. Era 2005.

…aunque este viaje salió de mi bolsillo,
este texto lo publiqué en REFORMA
el 16 de diciembre de 2006
y hoy lo rescato porque lo recordé
por estos días, a ver qué opinan…

DESPUÉS de recorrer Lisboa me quedaban algunos euros y 10 horas libres antes de que partiera el autobús rumbo a Sevilla; fue entonces cuando decidí viajar a Oporto en lugar de quedarme a perder el tiempo en la terminal.

No tenía idea alguna de lo que ahí vería, pero quise aprovechar la oportunidad en una estancia de un par de horas aun cuando tuviera que invertir tres horas y media en llegar.

Luego de viajar por una carretera de paisajes verdes que pasa por Fátima y sobre espectaculares puentes, llegué a una estación de autobuses lóbrega y con olor a gasolina. Era Oporto. Atónito, salí a la calle. Era un lugar gris, al que sólo un mercado de dulces y algunas panaderías le daban toques de color.

Tras marcar los puntos de interés en un mapa, vagué por calles poco transitadas y empinadas, sorprendido por un panorama que no esperaba ver; inclusive, casi ni me percaté de que había llegado a una especie de mirador en la parte alta de la ciudad. Fue entonces cuando, al observar el escenario, concluí que había valido la pena venir hasta aquí.

Desde las alturas
El lugar donde estaba era la Sé Catedral, construida en el siglo 12 y con un exterior de estilo románico.

Toques de la época medieval, algunas casas, conventos y restos de murallas se pueden ver en el trayecto, pero la prisa por conocer todos los atractivos impedía admirarlas con detenimiento. El camino era cuesta abajo, por estrechas calles sin banqueta y coronadas por las ventanas de las casas que, como es tradición en este país, ostentan tendederos de donde cuelga desde una toalla hasta un gran oso de peluche.

Alrededor del centro
Llegué a un lugar un poco más colorido, con más movimiento, tráfico y ruido. La arquitectura se transforma al estilo barroco y sobresalen las construcciones con azulejos en las fachadas. Mosaicos pintados a mano y otros con dibujos en relieve lo mismo adornan iglesias que edificios públicos y casas; incluso hay estilos que remiten al art noveau y, por supuesto, no escapan los modernos azulejos de la era industrial con imágenes reproducidas cientos de veces.

Aquí me detuve en una vitrina que exhibía diferentes tipos de pan, pero llamó mi atención una especie de rosca con cubierta de azúcar glass que me abrió el apetito.

La plaza
Tras cruzar un par de calles arribé a una imponente y alargada plaza, la Plaça da Batalla, uno de los puntos históricos más importantes de la ciudad de Oporto.

Grandes edificios blancos enmarcan este lugar lleno de hoteles, restaurantes y tiendas, además de monumentos, áreas verdes y unas extrañas palomas cuyo plumaje grisáceo provocaba más miedo que ternura. Según el mapa, uno de los puntos más famosos de la plaza es la antigua Estación de Correos, Telégrafos y Teléfonos, un edificio blasonado de finales del siglo 18.

Aquí no puede faltar la foto y darse el tiempo para sentarse en una terraza a tomar café, una cerveza o una copa del mejor vino que se produce en todo Portugal.

El símbolo
La construcción que más destaca en Oporto es la Torre dos Clérigos, construida en estilo barroco durante el siglo 18, la cual luce en su parte más alta un reloj. Su interior tiene una iglesia con un retablo de 75 metros. En los alrededores hay templos, edificios de Gobierno, sedes universitarias y parques, una postal para sacar de nuevo la cámara y captar lo más posible del lugar.

De regreso
El camino de vuelta a la terminal es cuesta abajo, lo cual ayuda a llegar más rápido a ese recinto sombrío que en nada se parece a lo que acababa de ver; no había tiempo para comprar souvenirs o algo de comer, el colectivo estaba por irse. Unos minutos después, desde la ventanilla se veía un par de grandes puentes de estructura metálica que cruzan el río Douro, a cuyas márgenes se encuentra la ciudad.

Se trata de los puentes Luis I y Maria Pia, este último, obra de Gustavo Eiffel, inaugurado en 1876.

Es así como la ciudad fue quedando atrás y, conforme el «autocarro» avanzaba, iba creciendo más esa sensación de que aquello había sido sólo una pequeña probadita de una gran copa que es Oporto.

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